Del ritmo de un corazón inquieto que, dejaba en el pentagrama de sus latidos, trozos de sus suspiros con los labios al viento.
Pasos que al amanecer dejaban el aroma de unas sábanas revueltas y, notas de emoción vibrando en su espalda arqueada por la pasión, con el peso del que sabe que llega el amanecer y todo cambia.
Nunca una copla sonó tanto a pasión, ni a emoción, ni a sensación entrelazada a unos dedos, capaces de bailar con los ojos cerrados entre unos cabellos que si sabían algo del destino, cerraron sus labios para contener la pasión.
Nada importa si al llegar al fin de fiesta, queda en los labios dibujada la sonrisa del que fue capaz de atravesar una puerta, o un precipicio, o una llanura, o unas caricias. La vida nunca se mide por los miedos y sí por los instantes que dan sentido al alma, aquellos que a veces arrancan y otras dibujan, que unas veces te gritan «te quiero» y otras «sal de mi vida».
Un final de fiesta donde todo se mira con claridad si se cierran los ojos, se sucumbe al sonido de una caricia, girando los talones obedeciendo a tu corazón, pues aunque hay veces que se pierde, siempre, siempre, se vive.
Del ritmo de un corazón inquieto también se puede aprender a vivir.
Impresionante, que gran entrada